Quizás en el ámbito de una guerra como en ningún otro se hace patente la peculiar relación individuo-sociedad o ciudadano-Estado. En las situaciones extremas salen a relucir cosas que se toman como naturales en el transcurso de la vida cotidiana.
Las guerras son entre Estados, asociaciones de varios estados o grupos para-estatales. La declaran los gobiernos, los parlamentos o los dictadores. Las pelean y las sufren las personas. Los Estados reclaman para sí en este momento, el mayor sacrificio que puede hacer un ciudadano por formar parte de él. Tiene que dar su vida (además de sus impuestos, sus bienes, sus familiares y muchas veces su trabajo y su vida cotidiana).
¿Qué se necesita para convencer a una persona para que renuncie a su vida y vaya a matar gente que no conoce? Además de la dupla miedo-odio, en general se necesitan grandes dosis de nacionalismo. Ese nacionalismo bajo el cual el concepto de Patria se escribe con mayúscula, es lo que une bajo una bandera a las personas que intentarán matar a las otras personas unidas bajo la otra bandera.
La última guerra en la que participó activamente nuestro país (recordemos que Argentina envió y envía "fuerzas de paz" a distintos conflictos bélicos bajo patrocinio de las Naciones Unidas), la Guerra de Malvinas, resultó en la muerte de más de 900 personas y miles de heridos.
Durante el conflicto, la propaganda nacionalista logró que una gran parte de la población apoyara la guerra, a pesar de que el gobierno que la llevaba adelante no era constitucional ni representativo.
¿Hasta dónde puede llevarnos el nacionalismo?
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