
Creo que estaría bueno romper con los tabúes que están implantados en la sociedad, romper con el miedo que rodea a temas no comentados con frecuencia, dejar la autocensura a un lado. Pero ¿y la utilidad social del tabú?¿tiene alguna?
Blog de Sociología de Quinto Secundaria. Colegio Florence Nightingale
Leyendo el diario Clarín encontré una noticia titulada, “Negaron el ingreso a un shopping a chicos con síndrome de Down” la nota cuenta como un grupo de chicos de una escuela especial de entre 10 y 15 años, (la mayoría tiene síndrome de Down y discapacidad mental moderada) acompañados de dos docentes quisieron ingresar a un shopping en pleno centro marplatense, pero su entrada les fue denegada. Al verlos llegar, una empleada de seguridad los detuvo y les dijo: “Lo que tengo que decirles me cuesta mucho, pero tienen que retirarse porque con esos chicos no pueden pasar” Luego de consultarle cual era el motivo, explicó que era una orden de gerencia y a cambio les ofrecieron un recorrido por el exterior del edificio. “Ahora hablan del derecho de admisión, pero éste es un acto muy claro de discriminación” le dijo a Clarín Elsa Oubiña, madre de uno de los chicos, que presenció el incidente.
”Nos dijeron que porque ese día llegaba una delegación española nuestros hijos no podían entrar. Lo cierto es que no los dejaron pasar porque son discapacitados. Actuaron de ese modo por una cuestión de imagen. Uno de los dueños del multicine, Oscar Allonca, según se informó en el INADI, calificó el hecho como un exceso del personal de vigilancia y se disculpó.”
Cuando leí esta noticia por primera vez me sorprendió mucho. Nunca me imagine que esto fuera posible de alguna manera. ¿Qué se les pasa por la cabeza en el momento de discriminar de tal manera a gente con discapacidades? ¿Lo ven como una enfermedad contagiosa de la que deben cuidarse?
Por otro lado, leyendo algunas otras noticias del diario, encontré una que informa sobre todas las denuncias hechas (en el periodo de un año) hacia el Programa Federal de Salud por su mal funcionamiento.
“La tardanza en la entrega del carnet (hasta 4 meses), lo que los deja sin cobertura.
La demora de hasta meses en la cobertura de los medicamentos, ayudas técnicas, ortesis y prótesis, pañales, transporte para alumnos con discapacidad.
La falta de farmacias o médicos de cabecera, lo que obliga a viajar muchos kilómetros”
Esto nos hace pensar también, que además de la discriminación, los discapacitados no reciben ayuda alguna de parte del Estado. Lo que hace muy difícil la tarea para los familiares del discapacitado y de mantener con una vida lo mas normal y saludable que se pueda al discapacitado.”
Con respecto a esto encontré otra noticia similar titulada, “Discapacitados: sólo el 15% recibe algún tipo de beneficio”
“En la Argentina tenemos una legislación espectacular, muchísimas leyes que protegen a las personas con discapacidad. Pero ninguna se cumple", afirma Graciela Muñiz, de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. "Y el primer violador de esas leyes es el Estado", agrega el ombudsman de la Nación, Eduardo Mondino.”
Existen muchas leyes que apoyan a los discapacitados, como pueden ver en el siguiente link: http://www.clarin.com/diario/2006/11/29/sociedad/s-02815.htm.
Pero esto no ayuda a que el problema de la discriminación sea disminuido o “extirpado”. Lo lógico en cualquier país seria que estas leyes se cumplan al pie de la letra, pero acá no son respetadas, no se cumplen y los discapacitados siguen siendo discriminados día a día. De hecho ahora según el INADI (Instituto Nacional Contra La Discriminación la Xenofobia y El Racismo) la discapacidad encabeza la lista de los más discriminados en todo el país.
Sin embargo, estas situaciones nombradas anteriormente no son las únicas en las que el Estado demuestra su poco interés por los discapacitados. Se puede ver esto diariamente. Muchos hombres en silla de ruedas, tienen limitado su acceso a diferentes lugares ya que muchos no tienen la rampa necesaria y las escaleras son interminables. En las calles, las veredas no poseen las rampas obligatorias que deberían estar en todas las esquinas para permitirles a los discapacitados cruzar la calle. Y, ¿Quién debería ocuparse de que eso se cumpla?, ¿Los discapacitados?
Me parece que es importante que estos problemas no pasen de largo, al igual que cualquier discriminación, y que se hagan las denuncias en el momento. Si uno no hace las denuncias, el hecho pasa sin que nadie tome medidas al respecto. Y así la discriminación va a seguir siendo algo diario a lo que nadie le pone ningún freno, porque aparentemente las leyes, en muchos casos, no son algo de lo que podamos mantenernos ya que no podemos asegurarnos de que éstas sean cumplidas.
Hay distintos modos de transitar la ciudad. Desde el auto todo transcurre sin grandes contratiempos una vez que uno aprendió a resignarse al tráfico del centro porteño. Y es bien sabido que una resolución eficaz para la resignación es el aislamiento. Con las ventanas bien cerradas por el frío, la radio prendida y el automatismo de frenar y arrancar esquivando motos y colectivos, los edificios y los semáforos se suceden. Somos lo que parecemos, pequeños destinos volviendo a nuestros hogares, ensimismados, abismados en nosotros mismos. Los otros autos, la gente agolpada en los colectivos o aún más contracturada por debajo, en el subte, todos somos lo que parecemos. Una marea humana de aislamiento en la muchedumbre, un terror de mirarnos a los ojos, porque ¿qué hemos de hacer si nos encontramos?
En la esquina de Avenida Córdoba y Larrea, en ese lugar donde el transitar se hace espeso, justo en ese lugar, Luis limpia los vidrios de los autos atrapados por el semáforo. Más que preguntar, la realidad irrumpe. Y eso es Luis, aunque él lo desconozca, porque su condición de sujeto le es negada sistemáticamente. Es una realidad humana que irrumpe de tal modo que uno no pueda decir que no. Voy a explicarme mejor. La mayoría de los automovilistas dicen “no”, pero el aviso ya está dado. La mecánica de la ciudad es de autos por las calles y transeúntes por las veredas. Tránsito, trenes, transeúntes y Luis. ¿Qué es lo que él está haciendo allí?
Si le preguntáramos, él diría “me estoy ganando una moneda”. Si le damos una moneda, como si fuera una limosna, él nos dice “dejame que me la gane” y nos limpia el parabrisas aunque esté impecable. Trabajo es la palabra que me parece más adecuada, pero ¿quién se atrevería a decirlo? Porque si eso es trabajo ¿qué nos diferencia a los que vamos dentro del auto, los que trabajamos de verdad? En esos lugares preparados para trabajar, está claro cuál es el adentro y cuál el afuera. Y lo mismo pasa cuando vamos en nuestros autos. Nosotros, los que no estamos obligados a establecer nuestro trabajo en un lugar donde se transita, los que podemos decir “yo trabajo” sin generar polémicas. Nosotros, los que tenemos curriculum vitae, tarjetas personales, escritorio, los que tenemos la billetera llena de credenciales con nuestro nombre. Los que pertenecemos al gimnasio, al banco, al videoclub, al supermercado, a la medicina privada. Nosotros, los que estamos habilitados, los que estamos de este lado del vidrio.
Y del otro lado, Luis, con su nombre de rey francés, con su pequeña violencia que trastoca el orden de autos y transeúntes. Obligado a abrir un espacio antes inexistente, no pensado para el trabajo, no pensado para las personas, sino para los automóviles y los autómatas que los conducen. Luis en ese no-lugar, irrumpiendo en ese brevísimo momento en que el semáforo nos detiene y no hay tiempo para la pregunta. Decimos que sí o que no, gesticulamos, bajamos la radio, bajamos la ventanilla, quizás le preguntamos a Luis su nombre. Quizás nos responda “Luis” y nos desee buen fin de semana.
Gracias Luis.